Temo
Temo a Dios todopoderoso
porque de Sus pechos de fuego manan
generosas
marejadas de azogue que navegan los apocalipsis humanos,
porque en Su inevitable regazo la
vida olvida que es vida
y los frutos más frescos se agostan
para parecerse a Él,
o a como creen sus heraldos que
debe de ser Él
Temo a Dios todopoderoso,
porque, dicen, conoce
todas las respuestas,
todas las preguntas,
porque con Su voz de plomo, aunque
lo ignoren,
hablan todas las voces,
también la del silencio
Me espanta que se haga Su voluntad
así en la tierra como en el cielo,
que Su voluntad sea féretro de
voluntades,
Su ira la flecha que dispara una
mano ebria de Él
o ráfaga huracanada de sepulturas
Los caminos por los que transita el
tiempo,
dicen, Él los dibuja,
la naturaleza de cada hombre,
Él la dispone,
de todas las puertas custodia Él las
llaves,
que abren y cierran a voluntad las
almas y los cuerpos
con la libertad de quien se sabe
amo, pastor, universo
Temo a Dios todopoderoso, removiéndose
rojo en
el acero de los arúspices. Sus
dedos son largos,
su corazón un secreto inmune a la
mañana,
su nombre es cautivo de Su nombre
Sobre el horizonte son Alfa y Omega
la palabra única,
recinto sagrado, guardería humana,
a sus lomos, extraviado, cabalga un
enjambre de gritos
inmenso y colectivo,
vestido de sangre y herida, de piel
y honestidad,
brotando selváticamente del suelo que
besa el último paso del reo
camino del cadalso,
o de la última mirada regalada a un
cyan en fuga
como susurrando
que no es el sueño de quien lo
sueña,
ni pertenece la palabra a los
labios,
que la sombra, en verdad, escapa de
quien la arroja,
que un cuerpo es un cáliz de
cuerpos,
que las estrellas son sólo semillas
palpitando lejos en el arenal de la
noche